jueves, 6 de marzo de 2008

MIGUEL ANGEL

Creación de Adán, en la Capilla Sixtina

El Moisés

El David


Qué grande tiene que ser el mérito de alguien para ser conocido exclusivamente por su nombre, incluso siglos después de su muerte. Pasa con pocos artistas, Rafael, Leonardo, pero es algo escaso, y pasa con Miguel Angel Buonarroti.
Nace Miguel Angel tal día como hoy, seis de marzo de 1475, en el pequeño pueblo de Caprese, en el centro del valle Tiberino, actual provincia de Arezzo. Pero su infancia, juventud y primera madurez, transcurren en Florencia y son sus tejados rosas los que contempla cada día al despertar.
Desde pequeño tenía muy claro que deseaba esculpir. A los trece años acudía ya al taller de Ghirlandaio donde aprendió las técnicas del oficio. Cuentan que un día en un jardín y teniendo en sus manos un fauno que había modelado y "envejecido" para hacerle parecer una antigüedad, pasó por allí Lorenzo de Médici, el Magnífico, rico mecenas aficionado a las bellas artes y quiso comprárselo creyendo que era realmente antiguo. Miguel Angel le preguntó riendo cuantos quería iguales a ese y al comprender que era el chiquillo el que había esculpido el fauno, quedó admirado y le invitó a asistir a las tertulias que organizaba en su Palacio para los mejores artistas de su tiempo.
Llegó a ser, junto a Leonardo una de las figuras más brillantes del Renacimiento italiano. Pero no sólo esculpía, hacía versos, era arquitecto y construyó el Mausoleo para el Papa Julio II, que en principio iba a constar de 40 figuras pero debió demorarse para que pintara la Cúpula de la Capilla Sixtina, por encargo del mismo Papa.
Son hermosos sus versos dedicados a Vittoria Colonna, su amor platónico, a la que escribió hasta la muerte de ella.
Sus obras son impresionantes, incluso ya en la vejez estuvo culminando la Basílica de San Pedro del Vaticano cuya Cúpula es conocida en el mundo entero.
No obstante, y como cada cual tiene siempre sus preferencias, a mí me gustan sobre todo el David y el Moisés, y más que ninguna otra de sus obras, la Pietá con el Hijo muerto en su regazo, en cuya desolada mirada rígida de mármol, el poeta alemán Railner María Rilke supo leer el terrible dolor de no poder parir al Hijo otra vez.

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