sábado, 6 de marzo de 2010

LA DEGRADACIÓN MORAL

Llevamos un invierno en el que no hay día que no llueva, truene o ventée, como consecuencia de esto, pasamos mucho más tiempo en casa los fines de semana y así hemos podido darnos cuenta, asombrados, del terrible nivel de corrupción moral al que están llegando las cadenas de televisión en su loca carrera por la audiencia.

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La degradación moral alcanza ya límites escalofriantes, lo que hasta ahora entendíamos por civilización y cultura ha pasado a ser un mero convencionalismo burgués, lo progre y moderno es enlodazarse cada día más, lo que prima es hurgar en los más bajos instintos, los deseos más salvajes y primitivos, creyendo así satisfacer a la masa social.

Lo que vemos en la pantalla, sobre todo las noches de los viernes, representa la negación más absoluta de la más mínima dignidad humana y el menor respeto incluso por sí mismos y por los otros.

Hemos caído en un conformismo intelectual que soporta pasivamente todas las infamias que nos echan encima, las vejaciones inimaginables a las que se someten ellos mismos y someten a los demás y que narran si es preciso sin el más mínimo pudor. Nos empujan cada día al abismo cegados por el banderín de la sacrosanta consecución de un mayor nivel de audiencia, ante la profunda hipocresía de los presentadores, dispuestos a sacar las entrañas en vivo y en directo si eso les vale quedar por encima de la cadena enemiga. Para ello les vemos pisotearse e insultarse incluso entre ellos mismos, como fieras alrededor de la presa. Y esta situación está llegando incluso a la radio.

Nadie parece darse cuenta del respeto que un ser humano le debe a otro, por el mero hecho de serlo, y mucho más si por razones de tu cargo has tenido acceso a intimidades de esa persona; porque la decencia y la honradez deberían ser suficientes sin necesidad de cláusulas de confidencialidad por contrato ni de tener que recurrir a los jueces a cada paso. Parece que nadie valora ya su propia honradez ni su honor y que por unos cuantos miles de euros serían capaces de vender a sus propios hijos. Y asistimos pasmados a las declaraciones más terribles e inverosímiles sin que nadie le ponga coto a toda esta  degradación.

La civilización occidental se está hundiendo y nosotros bailamos al ritmo de la música enloquecida de un puñado de locos que no saben que lo son.

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