domingo, 8 de julio de 2007

LOS QUE SE VAN


Los que se van nos faltan ya para siempre como un miembro amputado en el que aún nos parece sentir el dolor. Siempre les vamos a echar de menos. Decimos que han pasado a "mejor vida", que algo nuestro se marchó con ellos para siempre. Siempre estamos despidiéndonos. Incluso al conocernos, ya sabemos que un día tendremos que separarnos, quizás sin una sola palabra. Por eso la más profunda generosidad del amor es la de asumir que no cabe nunca retener a quien amamos, que en el fondo, nunca le tendremos.
Cuando se va alguien a quien hemos querido nos quedamos como un árbol al que cortan una rama. No hay nada que hacer, salvo aprender a vivir sin esa rama, en esa carencia que marca la vida y nos la abre en dos como un hachazo, definiendo los tiempos irremisiblemente ya como un antes y un después. Toda la ayuda, toda la simpatía y el afecto, toda la compañía que tengamos nos ayudarán a proseguir viviendo pero a sabiendas de que la herida es definitiva. Nunca olvidaremos. Deberemos propiciar los recuerdos buenos y con el afecto de los que nos rodean el tiempo irá limpiando la herida para que podamos vivir con esa quiebra fundamental. Y vivir sin perder la dignidad. Ya no habrá llamadas, ni paseos, ni fiestas ni celebraciones, ya no va a estar nunca, nunca más.
Amar a alguien es saber de antemano que algún día le perderemos, o nos perderá. La muerte nunca es reemplazable, no existen sustitutos para aquellos que se fueron, los que con su ausencia dan cada día otra dimensión a la presencia nuestra. Se han ido, pero al irse ya para siempre nos constituyen, son parte de nosotros y viven la vida que vivimos. A veces pueblan nuestros sueños, regresan de puntillas en la noche como si no se hubiesen ido del todo. Pero al despertar, el dolor de la herida nos hace saber que ya nunca estarán.

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