jueves, 8 de marzo de 2007

EL DESIERTO DEL AMOR

Se llama Rosa y nunca creció. Ahora tiene 29 años y sigue anclada en aquella tarde, cuando tenía catorce años y lloraba sola en una plaza de Madrid, la tarde en la que se le acercó un chico feo y desgarbado para preguntarle por qué lloraba. Por primera vez en su vida alguien estuvo varias horas seguidas con ella sin exigirle nada, sólo por consolarla y le ofreció, al llegar la noche, un sitio donde dormir. No la tocó, no le pidió nada, sólo le dió afecto. Y Rosa, que ya estaba enganchada a la droga desde muy niña, se enganchó al amor. Le ofreció su cuerpo, le ofreció su vida, le acabó dando un hijo y ambos fueron dando tumbos por los senderos de la vida. A veces estaban juntos, a veces uno de ellos estaba en la cárcel, otras veces era el otro, ambos trapicheaban con la droga y consumían. Incluso él arrendó una finca, tuvo cabras y otros animales, se llevaba al niño a pasar los fines de semana allí. Hasta que un día la llamó para despedirse. No volverían a verse. Rosa sigue pensando en él. Sabe que hizo cosas terribles, pero con ella fué tierno, recuerda cómo lloraba al despedirse. Hoy Rosa se asusta cuando va por la calle y algunos se arrodillan ante su hijo y le besan las manos, los que lo hacen piensan que es el hijo de un martir, ella lo recuerda como el chico que secó sus lágrimas cuando lloraba aquella tarde. Ella no olvidará nunca al Chino ni su hijo la finca de Morata de Tajuña. Ellos estaban marcados ya por la tragedia incluso antes del 11M. Ahora solamente les queda la larga travesía del desierto, el interminable desierto del amor.

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