viernes, 7 de octubre de 2011

FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS



 FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS

 Francisco de Quevedo y Villegas, nació en Madrid el 14 de septiembre de 1580 y falleció el 8 de septiembre de 1645 en Villanueva de los Infantes, y nos ha legado importantes obras para la literatura.

Fue Quevedo uno de los autores más importantes del Siglo de Oro, conocido universalmente por haber escrito los más hermosos sonetos de amor en lengua española (no dejen de leer "Amor constante más allá de la muerte", que incluyo al final de este artículo), aunque también destacó en narrativa, obras dramáticas, políticas, y de humor.

Escribió la primera versión manuscrita de la novela picaresca: "La vida del Buscón", que nunca quiso reconocer haber escrito para evitar problemas con la Inquisición, aunque su autoría está fuera de toda duda. Y varias sátiras acusando a Góngora de mal sacerdote, homosexual, escritor sucio y oscuro, entregado al vicio del juego y otras lindezas similares; una de ellas muy conocida: "A una nariz", en la que se ceba, encarnizándose con el apéndice nasal de Góngora, aprovechando que en la época se pensaba que el rasgo físico más acusado de un judío era su enorme nariz. Naturalmente, Góngora le correspondió con otras diatribas igualmente insultantes, llegando a hacer circular la especie de que su verdadero apellido debía ser "Quebebo", por su afición al morapio.

Quevedo vivió siempre rodeado de nobles pues sus padres ostentaban altos cargos en la Corte, su madre era dama de la reina y su padre secretario de una hermana del rey Felipe II, María de Austria.

Huérfano a los seis años, estudió con los jesuitas en Ocaña y más tarde Teología en Alcalá, aunque sin llegar a ordenarse.

Hizo gran amistad con Pedro Téllez-Girón, el Gran Duque de Osuna, a quien acompañará a Sicilia, Italia, como secretario en 1613, desempeñando diversos trabajos para él, que le obligaron a viajar a Niza, Venecia y acabando por volver a Madrid para conseguir para el Duque de Osuna el nombramiento de Virrey de Nápoles, que logrará en 1616. A partir de ese momento organizó la Hacienda del Virreinato, obteniendo en recompensa el hábito de la Orden de Santiago en 1618.

Pero al caer el Duque de Osuna en desgracia ante el rey, le arrastra en su caída y es desterrado a la Torre de Juan Abad, en Ciudad Real, cuyo señorío había comprado para él su madre antes de fallecer. Los vecinos no reconocieron nunca esa compra y tuvo que pleitear con ellos durante años, no reconociéndose su propiedad hasta después de su muerte, en la persona de su sobrino y heredero, Pedro Alderete.

Hasta la entronización de Felipe IV y el nuevo valimiento del Conde-Duque de Olivares no fue Quevedo liberado de su destierro, acompañando al rey en sus viajes. Pero en 1639 aparece un memorial bajo la servilleta del rey. "Sacra, católica, cesárea, real Majestad", donde se denuncia la política del Conde-Duque de Olivares y se lo achacan a él, se le detiene, confiscan sus libros y se le traslada al Convento de San Marcos de León, hasta la caída del valido y su retirada a Loeches, en 1643, ya muy enfermo y con grandes achaques. 


Cuenta la leyenda que su sepultura fue saqueada a poco de ser enterrado porque alguien quiso robar las espuelas de oro con las que fue enterrado y que el ladrón murió poco tiempo después, como castigo divino al ultraje y profanación.


 Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día
Y podrá desatar esta alma mía
Hora a su afán ansioso lisonjera,


Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.


Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Venas que humor a tanto fuego han dado,
Médulas que han gloriosamente ardido,

 Su cuerpo dejarán, no su cuidado,
Serán ceniza, mas tendrán sentido,
Polvo serán, mas polvo enamorado.

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