IGNACIO FELIPE SEMMELWEIS, EL HOMBRE QUE ACABÓ CON LA SEPSIS PUERPERAL
Nació Ignacio Felipe el 18 de Julio de 1818 en Buda, Hungría, hijo de un tendero de comestibles originario de Alemania.
Parecía que se iba a dedicar al Derecho, por consejo de su padre, pero su participación en una autopsia cambió para siempre el rumbo de su vida y comenzó estudios en el Hospital General de Viena, donde fue alumno de los médicos más insignes del momento.
En 1839 se inauguró la Escuela de Medicina de Budapest y regresa a su tierra para continuar allí sus estudios, pero en 1841 regresa a Viena, porque pensó que la enseñanza allí era mejor.
Acaba en 1844 sus estudios y pasa dos años como interno en un Hospital, dedicado al estudio de la infección en el campo de la cirugía. En 1846, con 28 años consiguió doctorarse en obstetricia y es nombrado asistente del profesor Klein, en la Maternidad del Hospicio de Viena.
En aquella Maternidad, Semmelweis comenzó a observar la alta tasa de mortalidad de las parturientas, incluso superior a las que parian en su casa o en plena calle, muriendo además entre fuertes dolores, fiebre alta y una gran infección.
En primer lugar observa que de los dos pabellones existentes, uno atendido por Matronas y otro por estudiantes de medicina, es el de los estudiantes el que tiene una mortalidad superior. Y se da cuenta de que los estudiantes acceden al pabellón directamente después de haber estado practicando autopsias, lo que le lleva a pensar que estaban acarreando restos de cadaverina y otras materias putrefactas directamente desde los cadáveres a los úteros de las parturientas, siendo este el origen de la fiebre puerperal.
Pero una vez detectado el problema le costó muchísimo que aceptaran su teoría. Instaló unas palanganas a la entrada del pabellón con cloruro cálcico, para que se lavaran las manos antes de entrar, pero muchos, incluidos los cirujanos, se saltaban esa obligación, por lo que las tasas de mortalidad volvían a subir cada vez que no vigilaba personalmente el procedimiento. Acaban logrando expulsarlo del Hospital porque no creen en sus teorías.
Se trasladó de nuevo a su ciudad natal, donde malvivió en medio de la miseria y el hambre, hasta que un amigo logra que entre a trabajar en la Maternidad de Budapest, y más tarde logra ser profesor de la Maternidad del Clínico de la Universidad de Budapest y desde aquél momento y gracias a sus teorías, desaparece la mortalidad por fiebre puerperal en esa Maternidad.
Más tarde tuvo que ser ingresado por sufrir alucinaciones y cuando recibió el alta, aprovecho la libertad para entrar en el pabellón de Anatomía, abrir un cadaver y, delante de todos los alumnos, utilizar el mismo bisturí para hacerse una herida.
Era su manera de demostrar que tenía razón en sus teorías, tras tres semanas de fiebre y con los mismos síntomas que las enfermas de fiebre puerperal, falleció a los 47 años.
Pero gracias a él muchos miles de madres se han salvado, y así lo recuerda una placa bajo su estatua, en el jardín del Hospital General de Viena.
Y de sus ideas sobre antisepsia derivó Joseph Lister el uso del fenol para lavar el instrumental médico, las manos de los cirujanos, esterilizar sus ropas y desinfectar las heridas abiertas. Así el riesgo de morir tras la cirugía disminuyó de manera espectacular.
Gracias a hombres como estos, la medicina ha podido avanzar y llegar a las cotas que ha alcanzado en el siglo XXI, por eso merecen para siempre nuestro recuerdo.
1 comentario:
Buena información me sirvió de mcuho para culturizarme y así poder inspirarme y seguir estudiando esta jhermosa carrera que es la MEDICINA.
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