Domicilio del acusado, donde se han realizado pintadas.
Se va perfilando cada vez más como culpable el acusado de presuntos abusos sexuales a niños en un club deportivo de Paterna (Valencia).
La juez de Instrucción del Juzgado número 1 de Paterna ha tomado declaración, entre otros, a un niño de cinco años y, pese a su corta edad, éste no ha dudado en relatar todo lo que sabía de esos abusos, porque aunque no los haya padecido, ha visto y oído lo suficiente para conocer los "juegos de Leo", como familiarmente llaman en el club al acusado, Leocadio G,B, de 62 años, encargado del club privado, cuya esposa se encarga de la limpieza de las instalaciones. El niño declaró haber sido testigo de "tocamientos" en varias ocasiones.
El acusado ha sido ingresado en la cárcel de Picassent mientras se instruyen las diligencias del caso, en prisión comunicada y sin fianza.
La juez está tomando declaración a todos los niños, los que denunciaron y los que no, en un intento de aclarar el caso.
El acusado ha negado hasta ahora todos los cargos y dice ser impotente a causa de padecer de próstata, lo cual no tiene mucho que ver con la mente, que es el problema verdadero en estos casos. Aunque niega las imputaciones, ha reconocido todas las situaciones que los niños han referido a la juez del caso, en presencia de la fiscal y del abogado defensor; los niños son coherentes en sus afirmaciones, no se contradicen ni titubean en sus relatos; el acusado achaca las situaciones a la necesidad de colocar un vendaje, de atender a un niño porque se quejaba de un dolor, o de entrar en la famosa caseta que tenían asignada (donde presuntamente se cometieron los abusos) para enseñarle algo. Lo que no ha admitido en ningún momento es que abusara de ellos.
Esta situacion, como todas, tiene varias caras, de un lado están los niños y sus familias, a los que hay que proteger indudablemente de los abusos. De otro, está la familia del imputado, su esposa, sus hijos. Leía yo el otro día el testimonio de una de las hijas en la prensa, decía que eso no era posible, que jamás podría ella creer eso de su padre, que él nunca había tocado a sus hijos (los de ella) ni se había intentado bañar con ellos, que ella no hubiera podido vivir treinta años con un monstruo sin darse cuenta de ello, por lo tanto, todo tiene que ser mentira.
Es tan doloroso descubrir algo así tan cerca de nosotros que se entiende perfectamente esta reacción desgarrada de una hija. Porque cuando el horror pasa tan cerca, no podemos entenderlo, resulta imposible a nuestra mente aceptar esa realidad, saber que hemos convivido año tras año con el mal sin saberlo. Y no sólo es el dolor del descubrimiento, es escuchar los comentarios de vecinos y amigos, es el hundimiento social de toda una familia que no tiene culpa, que ignoraba lo que estaba pasando. También ellos necesitan ayuda psicológica, también son víctimas.
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