El interior del sótano.
El ingeniero secuestrador.
Un coche de la policía, aparcado delante de la casa del horror.
Austria amaneció el lunes pasado conmocionada por el caso de la mujer encerrada durante 24 años en un sótano de la casa familiar por su propio padre.
La casa del horror comienza a ser llamada ya entre los vecinos de Amstetten, lugar de los hechos.
Josef Fritzl, apasionado pescador y apreciado compañero de ágapes y tertulias por sus amigos del pueblo, resultaba ser un monstruo en la oscuridad del subsuelo.
En el transcurso de los años había logrado adoptar legalmente a tres de los hijos
habidos en relación incestuosa con la hija secuestrada, haciéndoles creer a esposa y autoridades que habían aparecido abandonados a las puertas de su domicilio. Ya son crédulos todos por allí para tragarse la misma historia por tres veces.
Otros tres hijos más, nunca habían visto la luz solar, jamás salieron de aquél sótano del horror.
O éste es un país de inocentes totales conviviendo con monstruos o este secuestro es tan inverosímil como aquél de Natascha Kampusch que nunca he visto demasiado claro tampoco. O aquél otro en el que una mujer, discapacitada psíquica, secuestró a tres hijos durante siete años.
Aquí parece que ningún vecino se entera de nada porque mantener tal secreto durante 24 años es increible y más aún que tampoco se hayan enterado ni la esposa ni otro hijo (éste tenido dentro del matrimonio) que convivían en la casa.
El perfecto ingeniero, tenía una empresa de su propiedad, era serio y riguroso en su trabajo. Había instalado un acceso electrónico al sótano, que abría una plancha de acero disimulada detrás de unas estanterías que comunicaba con una habitación acolchada, que a su vez daba entrada al sótano del oprobio. Todo medido y bien meditado para que desde fuera no se oyera nada.
Dentro del sótano, lo más imprescindible, una ducha, una cocina y varias habitaciones de 1,7 metros de altas, equipadas para dormir.
Siete hijos nacieron en ese sótano, de los que viven seis, ya que uno, gemelo de otro, al parecer murió a los pocos días de nacer y el padre quemó sus restos en el jardín. Los que vivieron siempre bajo tierra, jamás vieron la luz del día, ni médicos, ni escuela ni otros seres humanos más que ellos mismos.
La madre de los niños, la hija secuestrada, desapareció aparentemente en 1984 y el padre hizo correr la voz de que había caído en manos de una secta religiosa.
Todo ha salido a la luz a raíz de que una de las hijas de 19 años fuera llevada por él mismo al hospital en estado grave debido a una enfermedad genética derivada del incesto.
Esta historia ha dejado en estado de shock a todo el pueblo que no comprende como ha podido durar tanto tiempo, los del subsuelo desde luego deben ir aún más allá del síndrome de Estocolmo porque es imposible pensar cómo no se rebelaban ante la situación y acababan con ella siendo cuatro contra uno y ese uno ya de 73 años. Y cómo la hija ha soportado permanecer encerrada desde los 18 a los 42 años, enterrada en vida; todo ello es no solamente trágico sino muy difícil de entender y será largo de desentrañar por las autoridades.
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